Un reciente libro publicado a finales de 2015 titulado "The University and the Economy", (Geuna, A; Rossi, F) desarrolla el concepto de Universidad como una institución compleja y señala que la universidad, con excepciones claras, era concebida en tiempos medievales y modernos como "primarily seats of learning focused on the preservation and inviolability of the sum of learning rather on the creation of new knowledge". La primera Universidad fundada en 1088 en Bolonia, aportó algunas ideas sobre la relación maestros y discípulos en busca de ese "unum necessarium". Qué decir de la figura de Tomas de Aquino, intelectual de primer nivel enseñando en la Universidad de París y aportando una "innovación" de primerísimo orden mundial rescatando del olvido la figura egregia de Aristóteles, a través de filósofos árabes, como vehículo para sustentar la doctrina católica sobre otras bases filosóficas (Cazorla et al, 2014).
El siglo XVI español, denominado siglo de Oro, sería incomprensible sin contar con la Universidad de Alcalá fundada a finales del siglo XV. La innovación, es decir nuevo conocimiento aplicado, ha existido desde tiempos muy antiguos, pero se ha acelerado progresivamente en las últimas décadas del pasado siglo sobre ese nuevo paradigma del I+D+i (Investigación, Desarrollo Tecnológico e Innovación), asentado sobre una base tecnológica. En esta última fase, quizá se ha ido olvidando que el concepto de innovación como nuevo conocimiento que se crea y se difunde, afecta a las ingenierías y a las ciencias; pero también a las humanidades de todo tipo.
Con estas breves pinceladas se pretende poner el énfasis en que quizá a lo largo de los siglos XIX y XX, en muchas partes del mundo desarrollado, se ha institucionalizado un concepto de universidad limitado a la impartición de una serie de enseñanzas que conducen a la obtención de una titulación universitaria que habilita para una determinada profesión. Este enfoque, que se entronca en la llamada tradición napoleónica, está especialmente introducido en aquellas universidades que presentan una marcada proporción de enseñanzas técnicas. En el frontispicio de una de esas universidades aparece "Saber es Hacer," que resume el enfoque de este tipo de universidad que impregna de técnica -y solo de técnica- algo tan rico intelectualmente hablando como el conocimiento. Un cambio a "saber es comprender" nos acercará a descubrir posibilidades de cambio en nuestras universidades y en sus elementos fundamentales: los profesores (Cazorla et al, 2014). Esto nos proporcionará una visión objetiva como gestores de universidades y, por lo tanto, con prudencia y audacia, podremos compaginar una labor docente que lleve a seguir preparando buenos profesionales con una serie de medidas para ir convirtiendo la institución en una universidad de investigación con un plan constante de mejora del posicionamiento en los rankings mundiales.
En ocasiones nos planteamos la universidad como una asociación de profesores y estudiantes buscando una meta o un objetivo común, un sitio al que vamos a impartir unas sesiones en consonancia con nuestros alumnos y donde poco más se puede ofrecer aparte de esto. Si hacemos una reflexión más profunda podremos ver como la anterior definición supone una síntesis –demasiado somera- del concepto universidad.
La definición anterior de universidad nos remite, exactamente, a una meta común: enseñar y preparar a los alumnos para su futura incorporación al mundo profesional. Pero si atendemos a evaluar la meta anterior podremos observar como en ocasiones la conexión universidad-empresa falla. En una encuesta relativamente reciente a un CEO de una importante empresa española se detecta en nuestros egresados una serie de características negativas:
- Formación excesivamente teórica y con reducido componente práctico.
- Conocimientos demasiado generales con deficiencias en especialización y actualización.
- Escasa preparación para la investigación y la creatividad.
- Escasa preparación para la dirección de equipos humanos.
- Desconocimiento de la empresa como estructura y ente dinámico.
Estas carencias, que muchos podríamos identificar en nuestras universidades, nos llevan a plantearnos que la transmisión de conocimiento no es relevante si ese conocimiento no está relacionado con las demandas –técnicas, contextuales y de comportamiento- de la sociedad o se encuentra desactualizado y descontextualizado. Por lo tanto podemos llegar a la conclusión de que es necesaria una conexión entre la universidad y la sociedad en la que vivimos, donde la universidad sea pionera y transmita conocimientos de vanguardia. Al hilo de esta reflexión podemos entender la importancia que la investigación tiene para la universidad, pues a través de ésta la universidad se vincula a las demandas sociales jugando un papel protagonista y a su vez generando unos nuevos conocimientos que serán transmitidos a los alumnos. De esta manera se vislumbra la superación del concepto únicamente académico-profesionalizante de la universidad en el que el profesor es un instrumento limitado a impartir docencia. Esta transformación de conceptos ayudará a la universidad a servir a la sociedad en la que se asienta, y a su vez irá transformando la universidad en una universidad de primera línea.